Crónica de un parto asistido
Dillom en el Luna Park, lo viejo que se resiste a morir y lo nuevo que tenemos que hacer nacer.
Un auditorio lleno de malos espectadores que ríen y aplauden cuando la obra pide exactamente eso. Saqué las entradas sin tener idea de lo que estábamos yendo a ver, pero bastó que Erica Rivas estuviera en la cartelera para convencer a mi amiga de que era la excusa perfecta para ponernos al día de las aventuras amorosas y las decisiones trascendentales que una toma casi a sus treinta. Ahora me siento Carrie Bradshaw. Aunque no haya visto Sex and the City, sé cómo se siente una chica escribiendo sus pensamientos más estúpidos. Matate amor es de Ariana Harwicz y es una obra que nos trasladó directamente a 2017. Unos días después, una seguidora me escribió para preguntarme si efectivamente era yo la que estaba en Dumont con cara tuje por la incomodidad que me daba ver una obra feminista en el 2024. Sí, era yo. A esta espectadora le pasó lo mismo con los chistes de la comedia, con la distancia de que no era una comedia. Era un drama, pero nos reímos de lo poco que dura una obra. A veces me voy a dormir y me levanto con la misma sensación. ¿Quién está encargándose del archivo de la cultura de esta época? ¿Se pueden desgrabar streams? ¿Tiene sentido darle importancia a algo tan efímero como un clip de sesenta segundos? ¿Por qué el cinismo es un lugar tan cómodo para no hacer obra?
Erica Rivas está espectacular y la obra está bien escrita, pero quedó vieja. Nada grave. Una mujer que quiere matar a su hijo, separarse de su esposo, encontrarse con su deseo. Todo esto, con un guión cargado de mandatos patriarcales ya muy trillados y volviendo loca manicomial a una reprimida sexualmente. Sensación harto conocida por casi todas las mujeres en los albores de Ni Una Menos. La revolución sexual que nos prometieron ahora tiene forma de antidepresivos que te secan la concha, terapias alternativas para la regulación emocional y lesbianas que no tocaron una mujer en su vida pero odian a los hombres porque el femcelismo ahora es la nueva tendencia; basta chequear alguno de los spaces que se organizaron en Twitter después de la salida de Furia de la casa de Gran Hermano.
Encuentro frustrante los intentos desesperados por seguir hablando un lenguaje propio, ya desgastado y roto que no sirve para intervenir ni tampoco ser funcional en el día a día. Queremos que los conceptos signifiquen lo mismo que durante el siglo pasado, pero nuestras vidas y nuestros cuerpos están bastante desarmados como para seguir sosteniendo la semántica de una vida anterior, que ni siquiera experimentamos, tan sólo aparece como una estela ideológica, un paraguas invisible, porque no nos protege de ningún aluvión. Hasta que fui a ver a Dillom al Luna Park.
Acá estoy vengan a buscarme
Llegamos extremadamente temprano para lo que un show con butaca requería. Ya estamos grandes, así que fui con un buzo de friza y las zapatillas de trekking que viven sólo para que mi espalda se sienta agradecida después de acontecimientos como éste. Tomamos unas latitas de cerveza compradas en el kiosko de barrio para que no nos rompan el orto en los alrededores del Luna Park y fumamos un poco de marihuana mientras nos pusimos al día con las novedades políticas del país. Entramos mientras discutíamos el rol de los medios en la radicalización generalizada que se inyecta como veneno letal entre las audiencias cada vez más huérfanas de esta sociedad. La seguridad del Luna nos interrumpe y nos cacha con menos voluntad que un incel, atina a pedirnos los encendedores que entregamos con una facilidad digna de alguien derrotado. Nos reímos de la secuencia durante varios minutos, ¿cómo puede ser que dos pibas con suficientes recitales encima, entregaran los encendedores - dos, uno encima clipper chetísimo- tan servilmente? Así nos tiene el gobierno de Javier Milei. Estuvimos los cuarenta minutos que nos separaron del ingreso hasta que se apagaron las luces, buscando cómplices que hayan resistido a la autoridad del predio. Conseguimos fuego. Alguién siempre guarda una chispa.
El tema con el que abre la segunda fecha del Luna Park para la presentación de su último álbum Por cesárea es Coyote. En realidad abrió con un interludio realmente espectacular que ocurrió entre los cánticos patrióticos del “el que no salta votó a milei” y “la patria no se vende” y el primer tema, cuya transición va de la sesión de cuerdas del Cuarteto Divergente al rock pesado de Irreversible que nos deja bien arriba preparados para gritar a los cuatro vientos “acá estoy vengan a buscarme”.
Una declaración de principios honesta, digna del principal artífice de esta obra que voy a presenciar durante los próximos 90 minutos. Fermin Ugarte, productor de los dos discos de Dillom, fue también el responsable del diseño artístico del show. Un mimo para quienes seguimos el laburo de Fermin, pero sobre todo para los que pueden admirar la mirada filosófica y afinada de una generación de artistas cuya firma les importa menos que la obra. Se agradece la composición del show, se disfruta de nuevo, la voz de una generación.
Resistirse a las pastillas, cagarse en los modelos de éxito, rechazar la instagramización de la vida y putear a los que lucran con la resistencia desde el cinismo y la ironía, es el mensaje de un recital cuyo diseño escenográfico y sonoro te hace temblar desde el minuto cero. El viaje que propuso el gran rapero nacional y todo su equipo demuestra que estamos en presencia de una cosa distinta. Habrá pogo, banderas y cánticos, pero hay otra época naciendo, aunque sea por cesárea.
Yo lo hago para molestar
Dylan León Masa baila un ritmo tropical con una sensualidad un poco tosca, da gracia, genera sonrisas porque se entiende el gesto. Hacer de La Primera, un tema de amor espectacular, una mueca de rebeldía a la pre fábrica de hits latinoamericanos que inundan el algoritmo de spotify. Para el equipo de Bohemian Groove Group, el sello colectivo de la RIPgang, el problema de la música de ahora, no es la producción sino la distribución. Si haces costos, es mucho más barato alimentar las vistas de spotify para luego vender tickets que crear algo nuevo.
En Rili rili el auditorio explotó. Parte de la cultura del aguante de los recitales de Dillom tiene como premisa una vestimenta particular y no llevar celular a la fiesta. “Están cagados” les dice el artista a sus fans varias veces durante la noche. Pero el miedo a ser robado es nada con la experiencia de no tener que filmar para corroborar que estuvieron ahí. Es una especie de ritual que va contra los tiempos. Se llevarán algunos moretones y buenas anécdotas para contar después en sus perfiles de twitter.
Estuve en un mal lugar para sacar fotos y grabar videos. Al cuarto intento de capturar algo aesthetic para mis redes, me dejé vencer por la ansiedad del registro tan efímero como lo que dure el espacio libre de almacenamiento de mi nube y me entregué al show. A esta altura el sonido era una cosa espectacular. A pesar de la confirmación de que el Luna Park tiene una pésima infraestructura para garantizarle al ingeniero de sonido de un álbum tan fino como el de Dillom la calidad necesaria, se cumplió con creces. Ya soy vieja para el pogo, pero en Buenos Tiempos hubiera querido sentir esa juventud una vez más. No se puede todo, te quiero mucho Dillom, tomá cien pesos comprate lo que quieras.
No necesito un perfil de LinkedIn
A veces siento que van a dejarme de querer
La gente me aburre, como jugar al ajedrez
Y mis amigo' preguntan "¿Qué te pasa?"
Hay veces que no puedo salir de mi casa
Ola de suicidios es un single lanzado en abril del 2023 que guarda una fuerte denuncia a la industria del rock. En una nota con Matías Martin para Urbana Play, Dillom habla de la corrección política como un movimiento que pasa por una instancia de radicalización para luego diluirse. “Si estamos todos cancelados, nadie está cancelado” sentencia el artista que aún así se sorprendió por el recibimiento que tuvo su nuevo disco donde cuenta las historias de un femicidio o amores psicópatas volviéndose himnos de una época donde la violencia del terror tiene otro tono, otra melodía. La podemos convertir en una canción de rock. Es estar sobre la historia y no detrás.
Hay algo potente en esta mirada, que podemos sospechar si fue una búsqueda o un saldo esperable de los tiempos revoltosos que lo vieron nacer a Dillom como artista. En principio una aceptación radical de la época. Puede decirse que la sorpresa por el recibimiento del público de esta oferta musical tiene que ver con el crecimiento exponencial de Dillom y el acompañamiento de un público necesitado de novedad, pero también me atrevo a decir es que no es ingenuo que en la música, como en cualquier arte, los que más dislocan la narrativa mainstream son los que más ruido pueden hacer. Un ruido que molesta porque incomoda, pero que tiene gusto a vanguardia por gritar lo obvio, el elefante en la sala. Es lo que siente el público del Luna Park cuando suena Reality, la parodia del influencer:
Y fuimos a ese baile para echar una vista
Caigo y paso directo, ni chequean la lista
Al la'o de nuestra mesa las modelo' del Insta
Y por sus cara', parece que nunca vieron un artista
Y es también lo que a Dillom le gusta, ver enojo y miedo, una muerte anunciada. Una muerte que elige él como artista, nosotros como espectadores, la época como necesidad para que venga algo más. Será por eso mismo que elige Personal Jesus de Depeche Mode para abrir Reality. Estaba todo cuidadosamente pensado. Este show salió más barato que la completa de Las Cuartetas que comí después y el valor fue inconmensurablemente más alto.
Ya tomé una decisión
Tenía a mi hermano en el campo mandando mensajes al grupo de la familia avisando que estábamos atrasados. La pizza tenía que esperar un poco más. Quedaban un par de temas y todavía no había sonado la canción que tenía pensado dedicarle a algún amante imaginario. Cirugía es un tema de amor, no voy a discutir esto. Va en misión suicida el loco, cómo no va a ser un tema de amor.
En las últimas semanas, obra de Erica Rivas mediante, me enteré que muchas amigas de la secundaria están por tener hijos. Para diciembre voy a ser una de las pocas que no tiene que elegir de qué color comprarle la cuna a un crío. Pero no estoy para el manicomio, mucho menos presintiendo que el fin de este recital me confirmará que los pensamientos suicidas son una forma de explicar el malestar con el mundo que no es sólo prerrogativa mía. Se enojan muchos cuando uno dice que hay una generación entera pensando cómo dejar las pastillas. Todo este álbum habla de eso. ¿Cuántas señales de humo más hay que hacer? Todos los famosos hablan de ansiedad, e insisten en mandarnos a terapia y que la pague el Estado porque es un derecho humano. La epidemia de salud mental es ahora una canción de rock, es nuestro “enojate hermana” avisando que no nos vamos a matar, estamos coqueteando con el fin de la inocencia, con cagarnos en la idea de la vida que no vale la pena vivir. A esta altura es una metáfora, porque ya están llegando tarde. Vamos a tener que ocuparnos de este quilombo, no pasa nada.
Tanto que busqué
Perder la noción del espacio y del tiempo
Solo así van a extrañarme
La oscuridad ya no da miedo
Si tuviera otra oportunidad
Para el momento en el que suena 220 yo ya estoy derretida. No pude volver a quemar porro en toda la noche y estoy considerando seriamente sentarme durante algún corte. El viejo choto es un epíteto que te sopla la nuca y te recuerda que estás más para aplaudir el final y encarar al baño que para intercambiar instagrams con alguien que conociste dándole aguita para que no la quede en medio de la marea de adolescentes. ¿Qué es estar conectado a 220? Pienso que es parecido a gritar “pierde valor la vida cuando no soy tu diversión” y entiendo que cuando busco la mirada de Sarah Connor y Kyle Reese la primera vez que se ven en Terminator I se explica algo que no pueden resolver las máquinas ni las pastillas. La contingencia del amor aparece sin nomenclar en las canciones de Dillom y también en esta vida monótona que llevamos. Es una irrupción que se asemeja a la política. Tiene la misma potencia, inexplicable, desorganizada, psicópata, efusiva y con un dejo de denuncia. Es rock. Está ahí, “creo que ustedes aún no están listos para esto, pero a sus hijos les fascinará”.
Tengo ganas de creer
Veintiseis temas escuché en vivo el jueves 20 de junio en el Luna Park. Con el viento del río pegando en la nuca y subiendo Corrientes, voy a dejar el mítico edificio porteño y caminar una cuadras para encontrarme con mis padres que llegaban de visita a la Gran Ciudad. Espectáculo surrealista para cerrar una etapa. Vi nacer algo. La misma sensación que tuve cuando salió el álbum y me dediqué toda la noche a comentarlo por chat con mis amigos. Pendientes de la novedad, buscando una verdad ahí para ser reivindicada, porque eso nos falta. Nos faltaba.
La vida pasa rápido, puta, tic tac. En el medio acabo de subir la vara, costó un recital enteramente ejecutado para hablarle a unos huérfanos suicidas. Es perfecto. Nunca nadie me habló tan bonito. Me hizo ojitos desde el escenario, me dijo que todo iba a estar bien, que confiara. Tiene cara de tener mommy issues, pero quién no los tiene. Seré una excelente madre, puedo dedicarme a mostrarle a las hijas de mis amigas lo que se escuchaba en mi época. Decirles “nena, este tipo hacía suspirar a todas” y que se sorprendan del canon de belleza con el que cosechábamos amores en estos tiempos.
Pienso en el futuro porque lo acabo de ver nacer. Está morado y tiene problemas respiratorios, tuvimos que adelantar el parto y lo sacamos con una cirugía.
No nos dio miedo porque nos negamos a pensar que nacimos para morir así, a pensar que nacimos para vivir así.