La influencerización de la política: esquema ponzi o revolución
El curso natural de la revolución tecnológica nos preparó para este momento: segmentación de campañas electorales, candidatos convertidos en influencers y la política como un IRL. Cosa de troles.
Esta es la última publicación del año de Revista Demodé, es larga así que usen bien su tiempo. Un texto a pedido para la Revista Soja, otro de los tantos proyectos editoriales que parió este 2024 al calor de una necesidad clara de nuestra generación, el hipervínculo. Para salir de la imagen y retomar el maravilloso ejercicio de hacer la tarea, de tomarse el tiempo y reflexionar por fuera de los incentivos hiperquinéticos de una época atolondrada. Con estas ideas termino el 2024, deseándonos a todos un 2025 enfocados, seguros y acompañados de la fuerza de voluntad que demanda la vida en estos días. Gracias por seguir conectados, espero no haber molestado tanto.
Arranca la película: corría el año 2012 en Argentina y la idea de un virus troyano en el seno de la política tradicional cumplía su objetivo. Era la primera vez en la historia argentina que un partido político nacido en internet se presentaba a elecciones. En tan solo cuatro meses, el Partido de la Red consiguió las 4000 adhesiones necesarias para presentarse a la contienda electoral con un sólo mantra: los legisladores electos votarían siempre en función de lo que elijan los ciudadanos en la plataforma web Democracia OS (Open Source), creada expresamente para ese fin.
Fast forward, doce años después y ya no hace falta ninguna plataforma de código abierto. En el Congreso de la Nación podemos ver a legisladores cuya representatividad sospechosamente light, se sostiene gracias (con una intravenosa) a clips de vídeos editados en Tik-tok, sus followers en Twitter y la capacidad de polemizar sin dar demasiadas explicaciones sobre su voto o su legitimidad de origen. El sueño húmedo de los nerds tecnológicos se cumplió, quizás de manera no idílica, pero nadie puede negar que los algoritmos hoy mueven al mundo y que llegar a diputado es más fácil si te apoyas en alguna red social que endorse tu perfil público a través de aún más sospechosas ecuaciones matemáticas.
Desde Obama a esta parte, la evolución del uso de las plataformas de redes sociales y por lo tanto de internet, en general, fueron el sustento técnico para la construcción no sólo de candidatos, sino de campañas electorales completas. Durán Barba -cuyos herederos empresariales son Guillermo Garat, Rodrigo Lugones y Santiago Caputo-, llegó a la Argentina con un manual de marca único: reemplazar los marcadores estéticos, pero respondiendo a las mismas necesidades del marketing político de la posmodernidad, una propuesta de segmentación del mercado de la representación. La novedad del presente, sin embargo, es otra: con Javier Milei a la cabeza, las redes sociales se volvieron una herramienta fundamental para el mismo funcionamiento del gobierno. Ya no hablamos de utilizar la segmentación que habilita internet para redirigir mensajes específicos, ni de instalar fake news para incidir en la capacidad de elección de los ciudadanos, sino de una forma de gobernanza específica que usa internet para mantener vivo el fundamento para nada desestimable de la política: el conflicto. El estado permanente de alerta y la sensación percibida de que “todo el tiempo pasan cosas” no es un efecto colateral del flujo de la información en internet: es el fundamento principal de un mecanismo de la política pública, la construcción sistemática de un espacio público confuso, aturdido y sobrerreaccionado donde la verdad, ya bajo años y años de relativización, ahora se vuelve, parecería, simplemente innecesaria.
Durante los últimos treinta años, con la masividad que tomó internet en todo el mundo, las configuraciones sociológicas y las dinámicas políticas se trastocaron por completo. Pero tiene relevancia. El flujo y la velocidad que tomó la información gracias a la globalización, modificó sustancialmente las cadenas de valorización del capital y también las expectativas y los incentivos de las mismas sociedades, que se abrieron a una experiencia universal sin ningún filtro crítico ni cuestionamiento sobre los efectos a futuro de estas novedades sobre la vida social. Un proceso que no inaugura la aparición de la “ultraderecha” a nivel mundial (que, de hecho, siempre estuvo, bajo otras formas, institucionalmente contenida y legitimada) –nada es tan simple– sino que resulta ser, más bien, el principal fundamento de la continuidad del sistema capitalista, del que muchas veces olvidamos su carácter originariamente revolucionario. La idea de observar como una disrupción crítica, al proceso profundamente orgánico e inherente del mismo sistema.
Mientras el gobierno nacional se ufana de venir a transformar la Argentina y cambiar el sistema político para siempre y más allá, en verdad lo que hay debajo es una sorprendente continuidad con el mismo modelo del flujo de la información que rastreamos ya en los tiempos de Obama. Pero no exclusivamente eso: también se trata de una continuidad en el sendero de una progresiva eliminación de la representación y la degradación absoluta de las instituciones intermedias. Este escrito pretende rastrear las continuidades subyacentes de un modo de “representar” lo político. Es decir, cómo puede ser, qué lógica existe, en un país en el que en veinte años pasamos de un orden según dirigentes fuertes y síntesis política, a un modelo de influencerización política bastante cuestionable pero absolutamente efectivo y universal. Además, conviene notar cómo estas novedades en verdad acompañan las transformaciones en el sistema económico mundial, por lo que, como se verá, Javier Milei puede muy bien ser ubicado en la última etapa de un programa político que no instauró el anarcocapitalismo en la Argentina, sino que corresponde más básicamente a un ciclo cuasi natural de la democracia representativa: el que estamos viviendo.
Es la economía, estúpido (reprise)
Es relativamente absurdo hablar de capitalismo como del gran monstruo de la época. De hecho, es absolutamente evidente que esta noción ha sido gradualmente abandonada por casi todas las expresiones políticas. Sí, tampoco es novedad: hace años que rige un gran consenso de normalización y legalización del sistema de acumulación de capital. Desde la caída de la Unión Soviética, con la muerte de los grandes relatos y el fin de la Historia, una y otra vez cierta militancia sanguínea, apasionada y utopista –pero también sectores de la academia– han merodeado explicaciones inútiles sobre las crisis; crisis que el mismo modelo capitalista se ha encargado de contener como un elemento inherente a sus grandes logros o su vida natural. Pero una cosa no quita la otra. Todos los indicadores muestran, a su vez, la profundidad casi oceánica de la crisis actual, y su gravedad explica la urgencia de los especialistas, tanto como la urgencia generacional.
En palabras de Nancy Fraser, en su libro Capitalismo caníbal, “gracias a décadas de amnesia social, generaciones completas de activistas e investigadores jóvenes se han convertido en sofisticados practicantes del análisis del discurso mientras permanecen en la más absoluta ignorancia de las tradiciones de la kapitalkritik. Apenas ahora empiezan a preguntarse cómo poner en práctica ese tipo de crítica para aclarar la actual coyuntura”.
*Este artículo fue publicado originalmente en Revista Soja el 26 de diciembre de 2024.