Feriado de Carnaval en la República Argentina y una temporada de verano que parece haber sido la peor si no fuera por las familias que antes vacacionaban en Uruguay y ahora se encargan de llenar la playas de Chapadmalal.
Se imponen, como modas, los consumos culturales que no son más que la expresión de la degradación de la vida económica. No es para ponernos marxistas antes de tiempo. Bienvenidos y bienvenidas, sean aventurados a la Era Milei. ¿Estaban esperando hace mucho?
Desde que asumió Milei hasta que se declaró la santificación de Mama Antula, la primera santa mujer de Argentina cuya historia recomiendo repasar porque realmente fue una mujer picante, pasaron exactamente 63 días y me pregunto cuánto dura un duelo.
La sensación es clara, todavía quedan privilegiados, y muchos para mi gusto, que pueden darse el lujo de deprimirse. No son tan raros, no están tan adormecidos y tienen la capacidad de colarse en todas las fiestas. Identificarlos, cómo quien se da cuenta que la costa está llena de chetos, es tarea primordial. No se trata de curar el alma de los tristes, ni siquiera el tratamiento está tan chequeado como nos demanda la ciencia moderna, es un ejercicio espiritual.
Una tésis
La última campaña electoral dejó muchos quemados y fundidos. Recorren las calles y las redes sociales vestidos de zombies. Pero la cara y el cuerpo demacrado, los cargamos todos, así que es difícil diferenciarlos. Lo que traen consigo es una mezcla de enojo e indignación, una resignación pintada de rojo, porque todavía queda la izquierda, qué noble la izquierda, qué grande, la única que pone el cuerpo. No necesitan ser convocados, no esperan, en sus despertadores se sintoniza solo, ese programa de radio que consiste en un pase, uno que les va a permitir tirar toda la mañana hasta después del mediodía, cuando se inyecten con altas dosis de sobreinformación para nada rebajada que les ofrece el foro de moda. No esperan nada, excepto todo. No eligieron ni las armas ni el tiempo. Están en un agujero negro. Las cosas que pasan no cargan historia, no existe la trayectoria, todo está muerto, pero inerte.
Están en una. Aumentan sus dosis de sertralina, retoman terapia o cambian de obra social. Ahora usan los descuentos de la tarjeta, se volvieron a juntar con viejos amigos y retomaron el gusto a la lectura, es el único lugar al que quieren volver.
Un fantasma recorre los bares de las ciudades, el fantasma de la primera crisis política. Ellos saben, que nosotros sabíamos, que los otros saben que si les sale bien, vamos a requerir 40 años para recuperar algo. Y esta vez, no va a ser solo levantar los edificios, también la autoestima. Lo que da ansiedad, es saberse en la cornisa que implica el riesgo de ser nosotros esta vez, la generación diezmada.
Una antítesis
En un tema de Callejeros, Patricio Fontanet escribe que comprendió que la angustia es prima de la desolación. En “Algo peor, algo mejor” está hablando de prostitutas, pero en estos días podríamos hablar de drogas, de astros o de fingir demencia. El Dios Moderno nos ha ofrecido una cartera de salvaciones para apagar los rastros de autodestrucción que todavía queman. Pienso en los 90s.
“Salimos de aquella histeria hacia otro lugar
huyendo de los colmillos de la soledad
regalado, ofrecí el sabor de aquellos que en albergues
se hacen tibios y no llevan al orgasmo ganador.”
Exuberancia, vulgaridad y desborde. Cada vez necesitamos más dosis de eso que termina siendo nada, para llenar un vacío cada vez más solitario, incomunicable e incognoscible. Un modelo de realidad para armar donde el circuito social, el flujo comercial y el sistema de signos pueden ser tan limitados, inaccesibles y autónomos cómo se proponga. Somos los gordos bobos que no pueden mover ni el dedo en Wall-e.
No voy a culpar al gordo. Estamos en el siglo XXI y no se opina de cuerpos ajenos. Pero el gordo es un hijo de puta. Un traidor, un falluta, un pobre tipo que de verdad se la cree, se cree salvado. Porque el gordo no está deprimido ni enojado, actitud que en el peor de los casos podría ser recuperable con un poco de oficio en el espíritu; el gordo está basado, el gordo la vio y desde su minimoto autosuficiente capsulada de intranet explica el cómo pero está cagado y no se mueve. No está mal tener miedo, es la confirmación de la presencia de una amenaza. Pero cuando caiga todo, no se puede estar triste ni aislado.
Una pregunta
La propuesta algorítmica para poner al sujeto moderno en una suturación casi perfecta del tándem fuerza de trabajo - plusvalía, nos convierte automáticamente en objetos que solo producen valor. Una maquinaria de explotación y extractivismo en el que no somos más que la cosa explotada y la que lo explota al mismo tiempo. La frustración por estar tristes, la desolación por estar ansiosos, la bronca de estar atrasados, la soledad de estar gritando en medio del ruido de una época. Son muchos frentes abiertos y uno que quisiera desertar de todos. ¿Cuánta capacidad productiva le queda a este engranaje?
La oferta para insertarse en este mundo oscila entre una hiper medicalización para asegurar la funcionalidad mínima del átomo social y el hiper aislacionismo lobotomizado de un cyborg al que ya le queda casi nada de humano.
No hay plan B, no nos dejan opción. No quieren que vivamos en este mundo e insisten en mantenernos en Estado de Alerta Permanente.
Sospechamos, desde este rincón de la Patria, que no podemos esperar que el tiempo provoque el sismo merecido de la época. Si no cae todo, si algunos vestigios de la contemporaneidad todavía resisten a los cataclismos, vamos a ser los responsables de contar esta historia. Y si finalmente todo colapsa y el fracaso sistemático de las instituciones y sus principios culminan en un verdadero cambio de régimen, esperamos que sea porque finalmente escribimos la Historia. La pregunta es entonces ¿cómo se entrena un soldado para la batalla más importante de su vida?.