Anochece cada vez más temprano y es señal de que el invierno, aunque técnicamente todavía no lo es, ha llegado. Una declaración obvia, pero que se asemeja al talento de la gente de campo para vaticinar una tormenta. Aprender a chuparse el dedo e identificar para dónde corre el viento, poder subirse a los tiempos que se narran o preparar el rancho para que no entre tierra por las aberturas de la casa precaria. ¿Cuál es el sentido de la época y cuál la ventaja de navegar la ola como si fuéramos parte del mismo fenómeno? Para comprender el triunfo de Javier Milei algunos hacen malabares, buscan el mismo tono, el mismo lenguaje, confunden categorías y en el peor de los casos responden directamente a la propuesta de ubicarse en un grieta que ya a esta altura, es más parecida a una fractura total de eso que nos hacía parte de lo mismo.
Tres desafíos para Sarah Connor y cómo seguir su ejemplo.
En el final de Terminator I, una Sarah Connor embarazada emprende un camino incierto con una única certeza. La tormenta está por llegar. La esperanza depende no ya de un milagro, en tal caso John Connor es una realidad, sino que habrá que enseñarle de dónde viene y cuál es su misión para salvar la casa común y a toda la humanidad. Quizás como Sarah, es momento de asumir nuestro rol en todo esto y empezar por cuidar lo poco y poderoso que tenemos: una voluntad sobre la esperanza.
"There's no fate but what we make for ourselves".
Una terrible esperanza, teniendo en cuenta lo precario de la casa y el tamaño inconmensurable de la tormenta que se avecina, pero esperanza al fin.
Supongamos que el final es inevitable, el apocalipsis está por llegar, todos los indicios parecen así demostrarlo. Sarah comprende este final con esa esperanza propia de la voluntad que en primera instancia, sintió como el llamado a una revolución del tiempo. Sabe que la tormenta está por venir -de hecho pasan años hasta que el T800 regresa y esta vez con mejores intenciones que la primera-. Una mujer que asume entonces, primero quedarse con el pibito, cuyo rol será vital en otro tiempo y espacio; y luego protegerlo a costa de saberse una marginal a la que nadie va a creerle ni una gota de lo que sabe que será Skynet en unos años.
Mientras, algunos ya quisieran ser el John Connor de la historia. He aquí mi problema fundamental con el incelismo propio de la época. Cómo cuesta referenciar o citar minas. Claro que la que salva la humanidad es la chabona que con su cuerpo, su decisión, tomó una definición, osea hizo política. Ese punto nodal en todo conflicto, digamos, la toma de una decisión, es el momento fundante de la política. Eso vuelve a lo personal, es decir, lo vital, la vida de uno, la propia existencia, como algo político.
La tesis de este newsletter es que así como Sarah Connor, estamos frente a un conflicto existencial. Tomar una decisión nos ubicará en el plano de la lucha contra la tormenta, con el método que elijamos, pero no ya en los márgenes, ni narrados, ni esperando, sino dándole sentido a John Connor.
1. Sarah Connor debe salir en telefé y decir que Papá Noel no se va a morir cuando cruce el Río Uruguay
El periodismo mainstream de nuestro país, ese star system de analistas políticos y mediáticos que tuvieron que armarse canales de streaming para seguir precarizando trabajadores pero ahora vestidos de jogging para vender renovación, pueden ir y venir entre palabrerios que ubican las caracterizaciones sobre este gobierno en un tándem de rupturas y continuidades. Javier Milei sería el gobierno de Black Rock con el modelo económico de Martínez de Hoz y una novedosa excentricidad y lenguaje propios de los avances tecnológicos de la individuación sistemática que ha provocado la democratización de internet. No hay error al menos en el sentido práctico, pero sí considero que al menos no hay particularidad histórica en este tipo de descripciones. Parece que siempre falta un compromiso con la acción política. Seguro por ser unos rentistas de la grieta, principales beneficiarios del Plan PoliticAr. La forma en la que la Argentina viene desarrollando su partidocracia esta vez puede encontrar su límite en un Milei que canta en el Luna Park y cuyos principales armadores hablan de monarquías y partidos únicos. Es posible superar el análisis estético de lo que implica el gobierno de Milei, siempre y cuando haya valor para dejar de posarse sobre su excentricidad de showman y pensar cuál es la tensión que introduce al sistema democrático un tipo que tiene a Macri y a Cristina desesperados por sentarse en su mesa de negociaciones.
Frente a una novedad que presenta más fracturas que las clásicas continuidades expresadas en el modelo económico liberal y financiero, el mainstream cultural y político de la oposición a Javier Milei repite frases hechas, tuitea obviedades como si fueran basados y proponen una agenda de unidad que sólo ofrece ser una oposición sistemática. Ni siquiera para recuperar los diez puntos que su jefa política, Cristina Fernández de Kirchner delimitó tan bien en su último paper, pero tampoco como ambición de salir de los moldes prefabricados de un sistema que ya no opera. Pensemos en lo difícil que se hace para algunos periodistas explicar de qué se trata la gira turística de Milei con los principales empresarios de innovación tecnológica del mundo. No porque Milei tenga una buena y oscura estrategia de inserción e integración, sino porque tampoco nosotros tenemos muy en claro cómo sería ese mundo después del apocalipsis anarcolibertario en el que la inteligencia artificial y la ingeniería cripto sean parte vital del desarrollo de nuestra nación.
En ese contexto de total confusión, geopolíticamente en disputa, tecnológicamente acelerado y partidocráticamente institucionalizado, la identidad del peronismo no encuentra un fin adecuado. Por lo pronto se contenta con seguir existiendo y ese parece ser el principal objetivo de cara al año que viene. Habrá muchos peronistas, pero no un peronismo. ¿Cuál es el desarrollo natural de un sistema político que acumula fracasos en la representación de su pueblo, pero promueve la concentración de partes cada vez más chicas de la sociedad en el afán de garantizarse cargos y puestos en las listas mientras el sistema sigue partidizándose? La fragmentación social no es solo un riesgo para la sociedad, lo es también para la estabilidad del gobierno. De este y de cualquiera que le siga. Es lo que suele pasar en los sistemas parlamentarios, donde la opción más rancia de derecha, nazi y xenófoba siempre está a un voto de sumar más legisladores y tenemos que salir urgentemente a defender la democracia votando al “menos peor”.
Podemos negociar con el periodismo de la renovación, podemos fingir demencia y hacer de cuenta que no son gorilas y que en su interior solo alberga un resentimiento derrotado al que le resta el cinismo como último resguardo de soberanía. Pero la realidad es que este grupo selecto de formadores de opinión no la vio, no la quiso ver y sigue sin querer comprender qué significa el triunfo de Javier Milei, y peor aún parecen todavía más cerrados en pensar en el día después, cuando este gobierno se termine y llegue otro al sillón de Rivadavia. Si es que después de este experimento queda sillón.
El problema de esta encrucijada sería prestar atención a los que en la desesperación de no perder la poca representación que pudieron defender en las últimas elecciones, nos confundan y enamoren con otro tipo de pensamiento colonizador. Esos que sostienen que hay que renovar las melodías, pero por falta de coraje o por especulación, no se animan a agarrar los instrumentos. Es verdad que los tiempos apremian y no sería del todo eficaz largarse a la pileta, romper con Cristina, dar por muerto al peronismo. Pero una pizca de rebeldía se consigue fácilmente leyendo un libro de Caja Negra o viajando en transporte público, dándose cuenta que seguir en la depresión nos acerca al fatídico final de Mark Fisher. No se maten todavía amiguitos.
Retomando la tesis, el primer desafío con el que Sarah Connor se cruza, sería convencer a otros de que hay futuro. Otra cosa. Ni la vida como la conocíamos, ni la destrucción total. Papá Noel no se va a morir cuando cruce el Río Uruguay y al menos, espero que los míos quieran tener un par de hijos más, bailar unas cumbias, brindar por los cumpleaños que nos quedan. Hacer con la esperanza algo que dependa de nosotros.
2. Sarah Connor no se tiene que vestir de Dios, Patria y Familia porque está buenísima sin todo eso.
Entre los muchos cantos de sirena que se escuchan por las radios, tik tok y canales de streamings aparecen siempre dos ofertas de lo mismo. Así como Perón rechazaba a la democracia yankee por tener un sólo partido pintado de dos colores diferentes, el peronismo entró en una fase similar. Ocurre un esfuerzo descomunal por borrar del abanico al kirchnerismo, cuya conducción parece más propensa a volver a Dios, Patria y Familia que lo que sus propios militantes podrían sostener -CFK hace poco en un acto volvió a reivindicarse como no feminista y se dedicó a posar con curas villeros-. A esta parte de la parte le corresponde atender y contener la interna que todavía sigue sin mostrar diferencias entre los dos hijos de la Jefa. Frente al kirchnerismo que lucha por sobrevivir dentro del Partido Justicialista, los compas que se definen como “reales”, están en un proceso igual de disputado que se balancea entre una retórica del peronismo barrial cien por ciento negro y el peronismo racional de traje y título universitario fanático de la rosca.
En ambos casos se trata de una performance. Por ahora, es cierto. De todas maneras, sigue siendo un skin, una forma de construir comunidad de la misma manera que armamos fandoms en internet. Alguna descripción simpática en la biografía, compartir muchos clips, fotos, chistes, memes, de éste u otro referente. La metodología es exactamente la misma para todos, cambian en apariencia las formas, pero se trata de un disfraz que se adopta cuando no hay identidad. Un defecto extendido entre los peronistas, sobre todo los que no estamos afiliados, los ex militantes, los sobreestimuladitos. Los radicalizados de clase media, desesperados por una representación, huérfanos de todo, hijos de un campo político tan fragmentado, a los que sólo se nos ofrece, como una góndola de bienes, una serie de activos políticos que fácilmente se pueden conseguir pasando por caja. Rosquero, basado, carismático, domador de boludos, católico ortodoxo, carnívoro, monogámico, dialoguista, trabajador, plebeyo, leal, real. Nadie habla de revolución, qué aburrida se volvió la renovación.
Esta confusión se da entre dos formas de concebir la política. Por una parte cierta fascinación por la rosca, la racionalidad del sistema, las viejas formas del sistema democratico, que podríamos ubicar en Pichetto. La romantización de la racionalidad como el núcleo central de cualquier acción política. Bastará con conocer al Estado para ser un elemento imprescindible de cualquier tipo de proyecto político. Después se los puede llamar traidor por esa misma razón. Son los costos de ser un político cien por ciento profesional, un técnico al servicio de cualquier interés.
Por otro lado nos encontramos con el goce por la mística plebeya e indómita del peronismo. Representado por Guillermo Moreno e incluso podemos verlo asomar en Juan Grabois, se les nota la sangre corriendo en las venas y eso es siempre un buen síntoma de lo argentino. Pero es difícil vender esa renovación cuando parece que encontraron en la hegemonía libertaria del basado, el clipeo y cierto homoerotismo reprimido, la fórmula para mantenerse arriba en la conversación digital. Un método nuevamente performático que habrá que ver si es posible suplir con contenido programático y supere a los punteros de twitter y tik tok, logrando sumar más votos que Larreta en la última elección.
Estas dos formas son la digna representación de la maldita clase media peronista. El problema de quienes radicalizados por el medio, no terminamos de incorporar en sí los elementos más orgánicos de una sociedad de clases. Miramos con admiración y deseo de ser ese gordo, pero son elementos que están en el otro, nunca terminan de ser propios. Una percepción estética, sin la incorporación identitaria. La decisión de oscilar entonces, es de un ocasionalismo propio de quien ve la tormenta y prefiere suponer que vender paraguas es más provechoso que pensar qué planes tener cuando salga el sol. No hay juicio, pero son enfoques distintos.
El segundo desafío de Sarah Connor, considerando las opciones que se presentan, es elegir el tiempo. Un tiempo que no se enfrenta a la sangre como una dicotomía histórica de nuestra tradición política. Esta vez, un tiempo asociado a la desaceleración. Encontrar una velocidad, entendida como magnitud vectorial, dotada de dirección y sentido. Un tiempo que no ofrezca como antídoto para paliar la ansiedad de saber la que se viene, cualquier receta oportunista, sino uno que permita asumir una velocidad más acorde a las perspectivas del futuro que tiene la misma Sarah. John Connor tiene que vivir y bleble. Ya se entendió, miren la película.
3. Sarah Connor debe parir porque su proyecto de vida y el de toda la humanidad, depende de eso. Pero es abortera.
Si seguimos con la tesis, nos toca entonces proponer una respuesta. He aquí la que elige Sarah y que por lo tanto deberíamos también elegir nosotros; para algo existe la ciencia ficción como una gran máquina generadora de imaginarios y utopías. Sarah elige el futuro.
En toda instancia y en todo lugar, lo que importa es lo que sigue. Resistiremos como podamos, tendremos nuestras estrategias de supervivencia, de retaguardia, de cuidado, de cuidar a los amigos, de cuidar a la familia, a los viejos, a los niños. Podremos hacerlo porque esta tierra ya lo hizo tantas veces antes y porque forma parte de esa esencia plebeya e igualitaria que nos hace ser metafísicamente argentinos. Pero no nos pasemos de creyentes, porque para terminar de abusar de Terminator: “no hay esperanza más que la que nos hacemos nosotros mismos”. Los milagros existen pero Dios no hace efectos especiales. Suponiendo que esto es cierto y que la esperanza es más una cuestión de voluntad que de mito o magia, el poder es el único elemento real que no se pierde en ningún universo paralelo, ni se transforma en ninguna otra cosa en ningún otro nuevo tiempo. Siempre es, siempre está, existe. Incluso lo va a tener Skynet, si es que en un futuro no tan lejano no queda un puto humano más.
¿Pero qué entendemos por poder en medio de un apocalipsis - para seguir con la metáfora: o el golpe de estado institucional o lo que quede de la Argentina una vez terminado este experimento-?
Durante más de diez años nos convencimos de que el poder era malo, que estaba concentrado en el poder económico, que el poder era corrupto, en manos del poder judicial, que el poder estaba aislado, porque Cristina estaba sola y que había que cuidarla. ¿Qué imagen deja eso a una juventud que abandona la minoría de edad y se enfrenta a sistemáticas derrotas electorales y profundamente políticas? Esta forma de ver el poder como algo que no nos pertenece, que nunca nos termina de tocar, que siempre está en el otro.
El efecto de eso es ser siempre contraculturales, contrahegemonía. Nos desliga de la pregunta sobre lo que pasó durante nuestros mejores años. ¿Qué tipo de poder fuimos? ¿Qué consensos construimos? ¿Por qué fue tan fácil decir que no fueron 30.000? ¿Por qué fue tan fácil decir que las feministas se pasaron tres pueblos? Lo que a nuestra generación le falta son las ansias y la ambición de tomar el poder y que no sea sólo una propuesta revolucionaria, ni estética o temerosa del poder.
Una propuesta que no deba explicaciones, porque en definitiva, el para qué del poder es el único fin que no debe justificarse. Su única razón de ser es mantenerse vivo, un poder que indiscutiblemente es inevitable. Algún día vas a tomar el Estado y algún día tenés que hacer las transformaciones que prometiste. Eso tiene que ser irreversible en la medida en que confirma que existe ese poder. Toda decisión es en primera instancia una reafirmación del poder soberano. Perón cuando eligió el tiempo, Cristina cuando decide ir con La Cámpora.
No hay nada más para un hombre político, que el poder.
Hoy, quien decidió cambiarle la vida a la gente, para mal, con terror, con desempleo y sin más plata en el bolsillo, es un gobierno que está preparado para ejercer poder. Y acá aparece nuestro problema que se congela en los metarrelatos. Frente a ese poder anarcocapitalista, cruel y esquizofrénico, se propone la resistencia. Un poder que solo existe en la medida que exista una fuerza que lo opone. ¿Y cómo se piensa en esa dinámica casi física, la capacidad productiva que tiene el poder? ¿Cómo se presenta la posibilidad del poder de crear poder ahí donde no había nada? ¿Existe la potencia de construir para ver, no solo un barrera de contención al poder, no solo una retaguardia material y estética sino de transformación?
El tercer y último desafío de Sarah (digo último porque ya no puedo seguir concentrándome en esta entrada) será el de no tenerle miedo al poder. Será el más complejo de todos, porque además de intentar mantenerse vivos tienen que convencer a un montón de gente que hay un futuro prometedor pero que se tienen que involucrar un poquitito en la trama. Sarah Connor y por extensión nosotros, tenemos que dejar la especulación de lado. La especulación es una forma de temerle al poder, querer medirlo. En likes, en gente en mi actividad, en lugares en las listas. La parte de la parte, de la parte que nos corresponde en un listado que siempre se arma en la Sede del PJ y luego todos vamos a militar en medio del invierno como si no hubiera un mañana, porque siempre lo peor está enfrente. Sarah Connor nunca vio cómo era el mundo en el que su hijo se enfrentó a Skynet. Lo parió igual.
El sentido y el deber
Estamos en serios problemas. Pero no hay novedad en esta máxima, como tampoco hay novedad en ningún campo de batalla que se haya abierto en las últimas semanas. La Argentina, todavía reserva moral de la Civilización Austral, sobrevive al experimento mezcla entre Black Rock y Nick Land e insiste con encontrar potencia en pequeñas radicalizaciones del espíritu, quizás al ser parte de un mito o milagro de nuestra sangre derramada durante más de quinientos años en estas tierras del sur. Digámoslo simple, todavía tenemos una segunda oportunidad.
Como deber, es una responsabilidad. No una culpa a lo progre. Más bien el peso, la carga; un poco menos protestante, podemos decir, el pecado original. Hacer de esa terrible esperanza, el fin de la espera.
Como sentido, es el método. Una velocidad propia, con un poder que dé miedo, lo suficientemente inimaginado, que no nos permita especular. Ser nosotros el miedo del poder. Dar miedo con los planes que tenemos para la Argentina. Después de estas máquinas deshumanizantes, debemos confundir tanto a todos que nos vean con los ojos de una esperanza que da terror.
Porque será verdaderamente irreversible.